ESPERANDO
Guardó las últimas prendas que le quedaban.
Miró por última vez cada rincón de lo que fue su casa.
Se marcho lentamente con todos los recuerdos a cuestas.
Cuando conoció a La Francisca, en aquella fiesta del día de la Tradición,
bailando la chacarera, su pollera parecían alas de mariposas en el vaivén del
baile.
Fue verla y enamorarse, a ella le pasó igual.
Siguieron luego promesas de amor eterno, la construcción del rancho con sus
propias manos, el nacimiento de los hijos. A cada uno le hizo su cuna, para que
sintieran desde chicos el calor de sus manos.
La mesa que se fue agrandando con la llegada de las nueras, yernos, nietos, que
alegraban con su bullicio el tranquilo atardecer del rancho.
La Francisca y él acostumbraban sentarse en aquel viejo tronco mirando el
horizonte cuando caía el sol, tomados de la mano siempre.
Hasta que una tarde marcaría el final de esos atardeceres, ella partió con el
sol que nunca mas volvió a salir para él.
Se quedó solo, se volvió huraño, se alejó de todos, no quería que nadie lo
visitara, ni sus hijos ni sus nietos, que ya estaban grandes y recordaban el
amor del abuelo.
Se entregó a una soledad sin sentido. La Francisca era todo para él, no sabía
vivir sin ella.
Por eso esta tarde, cuando el sol estaba entrando en el horizonte, él volvió a
sentarse en el viejo tronco, junto a su bolso esperando confiado que ella
volviera en algún atardecer a buscarlo y partir juntos para siempre.

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