Al pie del alto monte la ciudad yace, rendida y encendida. Bajo la luna llena -y siempre la ven llena los amantes- furtivos besos y suspiros se oyen. El sonoro cortejo de una boda cruza la noche. Quienes se casan hoy ayer mismo aquí mismo se abrazaron; quizá abajo se olviden. En este territorio del amor yo estoy tan solo como de costumbre. Mientras estrecha una cintura, dice alguien: «El poeta cantará la belleza de este ardor y esta hora.» El poeta, cansado de cantar para oídos ajenos, no puede resistirse, sin embargo, a tanta plenitud... El olor y los grillos hacen que la tierra respire, libre y ajena hasta de sí misma, lo mismo que el poeta. |
| | | | | | |
|