Joaquín Antonio Peñalosa
Excusa sencilla y común es recurrir al “no tengo tiempo” para sacudirnos multitud de compromisos. No siempre “el no tengo tiempo” es una excusa; muchas veces es una realidad.
La agitación de la vida moderna, la complicación de los trabajos, las distancias en las grandes ciudades parece que acortan los días. Nunca alcanzamos a realizar nuestros planes diarios.
Aquello de que “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, ya no tiene sentido en nuestro siglo; ahora lo real sería: “No dejes para hoy lo que puedes hacer mañana.
El tiempo no nos alcanza o nosotros no alcanzamos al tiempo. Pero si el día tuviera 27, 31 horas, tampoco nos bastarían.
Por eso una de las industrias de más porvenir en el mundo futuro tiene que ser la relojería. ¿Qué podemos hacer sin someternos al reloj?
Cuando el niño nace hay que anotar la hora, cuando crece, cuenta los minutos para no llegar al Colegio tarde. La mamá cuenta las horas para preparar los alimentos a sus horas. Los médicos no pueden prescindir del reloj para calcular la presión y la temperatura, los obreros checan su tarjeta al llegar a la fábrica a la hora y al minuto. Lo mismo profesores y discípulos, banqueros que barrenderos, todos tenemos que obedecer a su Majestad el Reloj.
El primer premio que pide el niño a su papá, cuando resulta aprobado en la escuela, es un reloj.
Los relojes se encuentran en todos lados, hasta en la cocina las estufas tienen blancos relojes, para que la sopa no se ponga negra.
Si hay relojes silenciosos para no molestar con su tic-tac empedernido, hay relojes despertadores, locuaces temibles, con los que hacemos el primer coraje del día.
¿Se ha fijado usted con qué frecuencia preguntamos al vecino qué hora tiene, para confortar la hora con la nuestra? Aquí empieza la discusión, de que usted va mal y yo estoy bien. El problema del reloj que se atrasa o se adelanta, se plantea como si fuera un problema de vida o muerte.
No faltan, sin embargo, los despreocupados que prescinden del reloj, porque afirman que el reloj es para el hombre y no el hombre para el reloj. Pero en verdad, no sabe uno cuál de estos dos tipos sea más molesto a la humanidad, si el que vive con reloj en mano, o el que vive a mano sin reloj, tan peligrosos son los que llegan antes de la hora como los que llegan después.
Para ser puntual y cumplido a las citas, no basta tener un reloj en la muñeca. Los impuntuales no lo son por falta de reloj, sino por falta de puntualidad. Esta difícil virtud que se llama “educación de reyes”, aunque los reyes suelen ser impuntuales.
Ya se sabe que cuando decimos que nos veremos a las ocho en punto, quiere decir que son puntos suspensivos, pues algunos alargamos el punto hasta las ocho y media.
Si acaso las únicas citas puntuales son las de los novios, eso si no estorbó la mamá el permiso de salir a la calle. Confesemos siempre, que el “llegar a tiempo” no se resuelve con el deseo de ser puntual. Quisimos llegar a la hora exacta, pero el camión o el coche se descompuso –caso frecuente- y más frecuentemente los problemas de transito y manifestaciones.
Los puntuales siempre vivirán quejándose de los impuntuales. Como los impuntuales siempre se molestarán con los puntuales.
A pesar de todo, el reloj seguirá siendo un artículo cada vez más necesario.
Salir a la calle sin reloj es como si hubiéramos perdido la tranquilidad, la seguridad en nosotros mismos. ¡Qué quiere usted! Nunca los hombres habían amado tanto la libertad como en este siglo; y nunca como hoy habían vivido tan esclavos de pequeños tiranos.
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