La “Capital Arqueológica de América”, como se llama al Cusco, es una ciudad que está enclavada en los Andes a 3,900 metros sobre el nivel del mar y se encuentra protegida por legendarias montañas que elevan su silueta colosal hacia el diáfano cielo serrano.
Curiosamente, la leyenda de la fundación de la capital del Imperio de los Incas habla que el Inca Manco Cápac y su mujer Mama Ocllo salieron, por mandato de su padre el Sol, del lago Tititicaca, el más alto del mundo situado a orillas de la ciudad de Puno. En los dibujos se pinta a Manco Cápac y Mama Ocllo en una nave redonda parecida a un Ovni que emerge del lago y se eleva al cielo dirigiéndose hacia el Cusco.
Manco Capac anduvo por los cerros con una barreta que bien pudo ser un captador de ondas vibratorias o un Contador Geiger y donde se hundió la barreta, ahí fundó el Imperio de los Incas que se caracterizó por su ejemplar organización política y administrativa.
Los Incas desarrollaron un perfecto sistema comunitario donde todos trabajaban y a nadie le faltaba lo indispensable para vivir.
Extendieron sus fronteras abarcando todo el territorio del Perú, Bolivia, Ecuador, parte de Chile y Argentina.
Las tierras agrícolas eran del Inca y se repartía por lotes. Cada padre de familia recibía su lote, otro lote era para el hijo varón y medio lote para cada hija. Se cultivaba hasta en las laderas y en faldas de los cerros aprovechándose hasta la última gota de agua. De lo que se producía, un tercio era para el Inca y los sacerdotes, otro tercio se guardaba para reservas y el tercio restante para el que cultivaba la tierra.
Desde el punto de vista social, la base de la organización era el “Ayllu” constituido por un grupo de familias poseedoras de la tierra. En el “Ayllu” se vivía en comunidad. Eran frecuentes las asambleas o “camachicu” en donde todos opinaban y se resolvían los problemas comunes. Estos “Ayllus” aun persisten en las localidades nativas, lo que demuestra la solidez que logró en la comunidad.