En esta
tarde, Cristo del Calvario,
vine a
rogarte por mi carne enferma;
pero, al
verte, mis ojos van y vienen
de tu
cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo
quejarme de mis pies cansados,
cuando veo
los tuyos destrozados?
¿Cómo
mostrarte mis manos vacías,
cuando las
tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo
explicarte a ti mi soledad,
cuando en
la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo
explicarte que no tengo amor,
cuando
tienes rasgado el corazón?
Ahora ya
no me acuerdo de nada,
huyeron de
mí todas mis dolencias.
El ímpetu
del ruego que traía
se me
ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo
pido no pedirte nada,
estar
aquí, junto a tu imagen muerta,
ir
aprendiendo que el dolor es sólo
la llave
santa de tu santa puerta.
Amén,
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