El ser humano es un ser dual, a diferencia del resto de seres del universo. El hombre tiene cuerpo y mente. Algo que implica muchos matices. Por ejemplo, en relación con la alegría, el hombre siente placer corporal y su equivalente en el alma es el gozo. Por el contrario, el dolor sensible es paralelo a la tristeza emocional. Hoy no me gustaría centrarme en analizar el dolor físico porque afortunadamente, las heridas del cuerpo cicatrican con mayor rapidez que ese dolor que tal vez llevas incrustado en tu alma desde hace tiempo. Puede que años.
Las cicatrices del alma están ahí aunque no se ven. A veces, parece que han cicatrizado, y en el momento más inesperado vuelven a salir a la luz. La realidad es que existe algún tipo de dolor que no termina de curarse del todo. Por ejemplo, aquellos hijos que perdieron a su padre o a su madre en la infancia o en la adolescencia sienten un vacío importante y una añoranza notable en todos aquellos momentos destacados, por ejemplo, las fiestas de Navidad, el día del cumpleaños, la celebración de la licenciatura, el día de la boda…
Las cicatrices en el alma muestran que somos verdaderamente humanos. Pero en más de una ocasión, la causa de este dolor reside en la falta de comunicación. En no exteriorizar cómo nos sentimos con alguien de confianza. Para contar un dolor a otra persona debes pensar previamente quién es la persona adecuada, quién te va a comprender sin juzgarte.
¿Tienes alguien en tu entorno que te ayuda a mejorar y potencia tus virtudes? Entonces, anímate a compartir tu dolor porque el dolor, siempre que se reparte entre varias personas, disminuye. Las cicatrices en el alma son sinónimo de tristeza, soledad e impotencia. Impotencia porque tal vez, hay algo en tu vida que te hubiese gustado que saliese de otra forma.