Tus hijos son la corona. Por toda la vida sus corazones ciñen con amor tu corazón de madre. Por toda la eternidad te coronarán de gloria. Tus hijos son la corona que te ofreció Cristo ante el altar de tu matrimonio. Flores hermosas y fuertes que empiezan a brotar frescas cuando tus azahares de novia se marchitan. Son la corana que te ofreció Cristo... parte de Su Corona. Y sabes bien que Su Corona en esta vida fue corona de espinas. Por eso, tus hijos son para ti también corona de espinas: preocupaciones hondas que hinchan perpetuamente en tu cabeza, ansiedades y anhelos que atormentan dolorosamente día y noche tu corazón. Pero las Espinas de Cristo florecieron en Gloria el día de Pascua. En esta vida fueron espinas porque el tiempo marchita las flores y las espinas resisten el tiempo. Florecieron el día de Pascua, en la eternidad donde nada bueno se marchita ni acaba. Así, tú verás un día con lágrimas de gozo florecer tus preocupaciones en lozanía de realidades y tus ansias dolorosas y anhelos en júbilo de descanso cuando las almas de tus hijos formadas por ti en el bien, se salven contigo y sean tu corona de gloria por toda la eternidad. Fuiste al altar el día de tu boda para que el Señor te entregara en sagrado depósito a un hombre elegido por tu corazón. No olvides que te entregaste completamente. El amor de tu entrega fue tan grande, que abrazó todo el transcurso del tiempo. Cuando tú y tu esposo descansen en Dios, tus hijos y los hijos de ellos, prolongarán indefinidamente el eco dulce y suave del “si” que pronunciaste conmovida ante el altar del Señor. Te entregaste al Señor para que Él te entregara a un hombre y por él, a tus hijos. Sagrado depósito que te confía el Señor. Por eso te debes a tus hijos, eres para tus hijos y vives para ellos. Y la luz clara que fluye de esta dulce verdad, ilumina todos los pequeños y grandes momentos de tu vida de madre. Eres madre, y ya no puedes dejar de serlo. Madre... ser que existe para sus hijos. Y el calor de esta luz clara vivifica tus momentos helados y enflora tus arideces y puebla tus soledades y enriquece de melodía tus silencios, porque tienes a tus hijos que te dio el Señor y que vives para ellos. Son espinas austeras que florecen en tu corazón para tu gloria. Son espinas que te defienden de robos a tu corazón y desvíos en tu senda humana y te clavan con dolorosa misericordia en tu deber de esposa. Son espinas que te aguijonean para seguir siempre adelante en tu propio mejoramiento, cultural, santidad y gracia. Espinas salvadoras, como las espinas de Cristo. Espinas, germen de flores y de gloria eterna con Cristo. Eres feliz porque eres madre. Y tus hijos son tu corona para toda la eternidad.
Reverendo Padre Martín Aguilar S.J
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