-Atraerás hacia ti aquello que se asemeja a lo que ya se encuentra dentro de ti.
Imagínate cómo cambiarla nuestra conducta si tuviésemos cuidado con la manera como tratamos a los demás, con nuestros modales y hasta con el tono de voz que utilizamos al dirigirnos a ellos.
Los modales son un lenguaje muy influyente en nuestra actitud y en la de cuantos nos rodean.
Muchas fricciones entre las personas provienen del tono de voz, porque la voz manifiesta nuestros sentimientos y actitud respecto de los demás.
El tono áspero, que expresa contrariedad y una pobre disposición de ánimo, puede suavizarse. Si cuando la cólera nos enciende la sangre bajáramos el volumen de la voz, lograríamos apaciguar la exaltación.
Todos hemos visto cómo si a los niños contrariados o malcriados se les deja llorar a sus anchas, les sobreviene la rabieta con alaridos y pataleo. Y cuanto más gritan y lloran más violenta es la rabieta. Sin embargo, también hemos visto que cuando les ayudamos a tranquilizar su voz, se extingue el fuego de su actitud.
Sería mucho mayor la felicidad en el hogar si todos los individuos de una familia acordaran no gritarse nunca.
Refirámonos a otras personas en los términos en que quisiéramos que ellos se refiriesen a nosotros.
Cuando estés hablando de alguien, siempre pregúntate:
¿Cómo se sentiría esta persona si estuviera presente, escuchando lo que estoy diciendo de ella?
¿Se sentirla bien o mal?
¿Mejoraría su autoestima o empeoraría?
Recuerda que todos nosotros estamos en capacidad de impactar positivamente las vidas de aquellos con quienes entramos en contacto.
La Palabra de Dios es sabia y nos encamina a tratar a los demás como quisiéramos que nos tratarán y también nos enseña que tenemos Dominio Propio sobre nosotros mismos, que solo tenemos que poner de nuestra parte y podremos doblegar ese yo interno que quiere salir y hacer daño y dominarlo a que haga lo que en realidad siente nuestro corazón.