"¿Te acordaste de empacar tu ropa de domingo?" Le grité a Andrés mientras a la carrera remendaba los calcetines de Jonathan.
"Sí" musitó mientras entraba al baño.
"¿Y qué de tu cepillo de dientes, pasta y desodorante?" continué.
"Ya está." su voz me llegó desde la habitación al lado. Andrés iba a casa de un amigo y luego se iba a quedar a pasar la noche, después del compromiso que tenía por la mañana, y yo me quería asegurar que llevara todo lo que iba a necesitar.
Jonathan entonces regresó a recoger sus calcetines remendados.
"Katie, ¿puedes, por favor, recogerle el cabello a Rebeca en una colita de caballo?" Exclamé hacia el pasillo, "Se supone que hoy va a hacer calor".
Mi esposo y varios de los niños iban a ir al templo, para la mañana de trabajo que se organizaba una vez al año en un sábado, mientras yo me quedaba para terminar algunas tareas domésticas y encargos que tenía pendientes.
Mientras me sentaba en la orilla de la cama lanzando órdenes a diestra y siniestra, y reorganizaba mi estuche de costura, mi esposo vino a mi lado, se detuvo por un momento, luego se agachó y me dio un beso. "Todos necesitan una mamá" dijo sonriendo y agregó: "Saca dinero del cajero automático cuando salgas esta mañana y cómprales a todos calcetines nuevos. Tu tiempo es demasiado valioso como para que lo ocupes en remendar calcetines."
Habiendo dicho eso, dio media vuelta, caminó hacia la puerta de la recámara y gritó: "Muy bien, todos a la camioneta. Es tiempo de partir." Volteando la cabeza y viéndome por encima de su hombro, exclamó con una sonrisa: "Nos vemos en unas cuantas horas"
En cuestión de minutos había silencio absoluto, pues solamente mi hijo menor, el perro y yo estábamos en la casa. Inmediatamente hice un inventario mental de todo lo que tenía que hacer antes de que regresaran, y me dispuse a hacerlo.
La frase: "Todos necesitan una mamá" seguía pasando por mi mente haciéndome sonreír internamente, pero al mismo tiempo recapacitaba en la importancia de nuestro ministerio como madres.
A decir verdad, la madre verdaderamente es el centro de las actividades del hogar, la que mantiene a la familia funcionando sin contratiempos al animar, organizar, planear y ayudar. Es su amor por su esposo y sus hijos lo que la mantiene perseverante.
El hogar se convierte en un refugio seguro con la presencia de la madre. Las lastimaduras no duelen tanto si es mamá quien las cura. Los problemas pierden su gravedad cuando mamá los escucha. Los días feriados son más emocionantes si es mamá la que los organiza. Los logros se agigantan cuando mamá aplaude. Las expresiones de aliento son más significativas cuando mamá es la que aclama.
La maternidad es un ministerio muy especial. Mientras que el esposo es una señal visible de la protección física y espiritual de Dios a la familia, las mamás son el símbolo divino de la estabilidad emocional. Los papás tienden a ser más realistas y directos, pero las madres son las idealistas y las visionarias, estableciendo una atmósfera de aceptación y consuelo en el hogar.
Cuando niña, recuerdo ocasiones en que después de alguna actividad fuera del hogar, me daba prisa por llegar a la casa, porque deseaba escuchar la voz de mi mamá. Al entrar en la casa gritaba: "Mamá ya llegué" y esperaba oírla decir: "Acá estoy en la cocina, cariño" o "Estoy arriba, enseguida bajo" u "¡Hola! ¿cómo te fue?" El sonido de su voz bastaba para hacerme sentir segura, y el tono con el que me respondía creaba en mí un sentido de aceptación como su hija.
Sin importar lo que ocurría fuera del hogar, independientemente de qué tan mala pudiera llegar a ser alguna circunstancia, yo siempre me sentí amada por mi madre. Su continuo apoyo, ánimo y confianza en mis habilidades, en cualquier cosa que yo intentaba, tenía el poder de hacerme seguir adelante.
Aun cuando fracasaba, el amor de mi madre tenía la habilidad de levantarme, desempolvarme y ponerme de nuevo en el camino de la vida. En mi mente joven, ella era la representante de Dios y una fuente inagotable de fortaleza.
Ahora que yo misma soy madre, quiero sacar provecho del ejemplo de mi madre. Quiero ser un baluarte en cada una de las vidas de mis hijos, no solamente como una fuente de aliento y de fortaleza, sino también para dirigirlos a la fuente de la gracia de mi vida: Jesucristo.
¡Oh, qué gran responsabilidad es la nuestra como madres: orar diariamente por nuestros hijos! Tenemos el potencial de ser poderosas guerreras en la oración intercediendo por su beneficio. Y aunque no siempre veremos nuestras oraciones contestadas en la tierra, podemos estar seguras de que habrá una grande herencia esperándonos en la eternidad.
¡Sí, todos necesitan una mamá! Esa debe ser la razón por la cual nuestro amoroso Padre celestial las creó... como una señal visible en la tierra de Su presencia invisible en el Cielo.
Por: Maribeth Spangenberg |