La hemos relacionado directamente con la donación, pero la solidaridad es mucho más que ofrecer lo que el otro necesita. Se puede donar y no por eso ser esencialmente solidario.
La solidaridad es un sentimiento de unidad. Es por esto que ser solidario es desarrollar, ante todo, la conciencia social plena.
Si somos parte de un mismo sistema, más allá de nuestras diferencias y necesidades particulares, debiéramos identificar y reconocer nuestras metas e intereses comunes.
Será por eso que en estos tiempos de individualismo voraz, limitamos todo a la donación o a la limosna. No se es solidario por accionar frente a la lástima o por exceso de portación, sino que lo que se espera es que seamos empáticos.
Empatía es identificación. Saber comportarse, comprometerse. Ser uno en los otros. Saber empatizar, poner en ejercicio y potenciar la inteligencia social y emocional, es la fortaleza necesaria para alcanzar una cohesión auténtica.
Así como la oxitocina es la hormona que nos vincula el uno con el otro; hay una extensión de la red hormonal que nos demuestra que todos estamos capacitados para el apego (y desapego) social. Pero no todo es capacidad. Es sólo el comienzo.
La solidaridad es mucho más que la posibilidad de ser. Es aprender, enseñar, proclamar la atención y la intención. Es la puesta en marcha con sentido y sentimiento. Es la más humana sensibilidad al servicio de la ley natural de la oferta y la demanda.
El paciente necesita del médico; el médico, del paciente. El ciudadano, del gobernante; el gobernante, del ciudadano. Conciencia colectiva. Pareja, familia, vecinos, coterráneos, socios planetarios.
Todo vínculo saludable está basado en los principios solidarios que se definen y ajustan de acuerdo con las partes, el tiempo y al espacio común.
¿Qué tiempo, qué espacio estamos compartiendo? ¿Algo para ajustar?.
Alma Larroca.