La generosidad verdadera significa dar sin esperar recompensa. La bendición surge del acto de dar en sí. Compartir mi tiempo, mi talento y mis tesoros con los demás es un placer, y lo hago con amor y generosidad.
Ser amable, amistoso, alegre; escuchar con compasión; permitir que alguien sepa que no está solo —estos son los regalos más generosos que puedo compartir. Cuando el dar está respaldado por la sabiduría y el amor, es una bendición divina.
Al dar, me convierto en un canal por medio del cual los dones de Dios se expresan en el mundo. Las bendiciones de Dios son abundantes; así que doy sin reserva. Permito que Dios se exprese por medio de mí de maneras generosas y amorosas.
Puede ser abrumador cuando mis seres queridos enfrentan circunstancias difíciles, enfermedades o retos en sus relaciones personales. Con mi mente y corazón centrados en Dios, recuerdo que cada ser espiritual está en un viaje de vida eterna. Las circunstancias difíciles pueden llevar a una conciencia más profunda de la presencia y el poder moradores de Dios.
La presencia de Dios es más poderosa que cualquier condición de vida temporal. Con gratitud, afirmo que mis familiares, amigos y compañeros de trabajo reciben apoyo divino cuando pasan por algún reto. Afirmo que son guiados por la sabiduría de Dios y que están envueltos en Su amor. Y siento gratitud por esta verdad.
No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, recordándolos en mis oraciones.—Efesios 1:16
Soy una expresión divina de Dios —-sana, fuerte, asertiva y llena de vitalidad. Por haber sido creada a imagen y semejanza de Dios, tengo la capacidad de sanar física y emocionalmente.
Cuando surge un reto de salud en mí o en algún ser querido, visualizo vida divina en medio de la situación, y afirmo que una curación poderosa se lleva a cabo. Sé que cualquier enfermedad o herida es temporal, mientras que la inmanencia de Dios es permanente.
Al orar y meditar, visualizo la energía sanadora de Dios en cada célula y órgano. La vida divina fluye en mí y en mis seres queridos. En Dios, somos por siempre sanos y perfectos.
La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará