-Querido mío, mi muy querido, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la
fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor.
Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.
-¿Qué te respondieron los muertos, preguntó el maestro.
-Nada dijeron.
-En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón,
comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos.
Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó al instante:
-¿Qué te han respondido los muertos?
-De nuevo nada dijeron, repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó: