Dame tu mano
La asidua soledad ya no es hiriente,
ni el silencio de amigos o de gente;
tu luz pone en mis labios la sonrisa
y me acaricias con una fresca brisa.
Cuando cautiva entre nubes y opacada
no veo esa luz al final de la jornada
la busco ansiosa en un claro del cielo
y separas las nubes como un velo.
Cómo explicar que ansío tu abrazo cálido
pero temo imaginar mi rostro pálido;
quizá es frágil mi fe o son confusiones
porque hay complejidad y convicciones.
Sabes bien que al pensar en mi partida
confío estar en tu Libro de la Vida,
mas… ¿iré sola, vendrá alguien a mi lado,
o estará aquel dulce rostro del pasado?
Eres llama de amor por siempre viva,
y de ti quiero estar siempre cautiva;
de tu presencia no dudo un solo instante,
pero a veces me siento barca errante.
Escuchar que el cobarde no merece
pisar tu cielo santo me estremece,
porque ignoro si es dolor o cobardía
al mirar tantos sesgos en mi vía.
He escuchado tu voz cuando me llamas
y tiembla el alma entre frío y tibias flamas;
no es indolencia, tampoco es inconstancia,
es no entender la grandeza, es ignorancia.
Y te busco en cielo, mar, tierra y muy dentro
porque aunque tarde te amé eres mi centro…
Cuán absurdo es caminar, cerrar los ojos
y por necia tozudez pisar abrojos.
Y postrada a tu pies el alma quiere
dejar flaquezas, la ofensa que te hiere.
¡Dame tu mano y quédate conmigo;
inflámame de amor, mi Dios, mi amigo!