Déjame seducir tu instinto,
magma que me invade la sangre que te aclama,
jardín de gipsofilias que se duermen
en el laurel de mi esperanza.
Tú, mar de leva que me llama,
manos que me moldean en la distancia.
Quiero tus labios mordidos hacerlos mi concierto,
tu cuerpo volverlo mi embeleso,
reducir a sólo un paso mi plegaria:
Ponerle a mis mañanas la luz de tu cabello,
rayo de sol, color de la cebada;
ámbar de reflejos que encarcelan y desarman.
Déjame robarle a tu rostro su destello
y descansar en tus ojos mi universo,
mar que se desboca y se concreta en tu mirada,
sacándole perfume a las profundidades de tu alma.
Déjame sentir la verdad de tu noviembre
ahogándome en la fe que tengo para amarte.
Permite que alucine en las comisuras de tus labios,
sentir que atrapo la misericordia de dios por un instante.
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