LA CARTA
Si escribo con símbolos tu nombre y cotidianamente te descubro todo me lleva a ti. Si en los rastros del viento, en los signos del agua te conozco, eres para mí la imagen viva de una eterna presencia.
Yo aún añoro un azul transparente, un desierto enigmático, la grandeza de un mundo ahondándose en mí y la arena me quema todavía. ¡Cuánto sol! Cuánto amor detrás de cada piedra, buscando su refugio, su espejismo encantado entre las sombras...
Aún me liga la cadena del tiempo, el misterioso jeroglífico, el gesto inmemorial hallado en cada sello, en cada fragmento de granito, en el recinto sagrado de los muertos.
Amor, cuántos recuerdos, cuánta historia estremecida por mil guerras fugaces, cuánta hermosura en cada empresa, cuánta tragedia al mismo tiempo. Imagen tras imagen, vuelven a aparecer los monumentos, las columnas inmensas, los fantásticos templos.
Todo se transfigura y el tiempo se dilata, se torna dúctil, susceptible al calor de la memoria. Entonces pareces más cercano, como personificando un mito y vuelve a mi recuerdo aquella noche. La esfinge y las pirámides entre ecos y luces taciturnas, eran el límite del mundo...
Que grandioso espectáculo cubriendo en horizonte y entre besos de estrellas qué hondo aliento respiramos, qué eternidad nos conmovió hasta el fondo.
Desde esta tierra americana donde el sol y la lluvia se confunden, donde los páramos, los montes se entrelazan y las vorágines se crecen día a día, desde este mundo joven te recuerdo y olvido la distancia y las fronteras.
Cristina Maya
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