E l yeso deslizaba sobre la pizarra y sentía la voz monótona y pausada de su maestro. Ya había guardado en el bolso la libreta y los lápices de colores, y movía muy rápido la pierna derecha. Escuchó, sin entenderlas, las últimas explicaciones sobre la clave de fa y los deberes que tenían para el día siguiente, y más rápida que nadie se levantó ruidosamente y salió de la clase.
-¡Eh, Espérame! -¿Qué? -dijo Mientras se giraba. -Hoy Tampoco me acompañarás? -No Puedo, ya lo sabes ... -Como mínimo podrías explicarnos lo que haces! -gritó Otro niño con tono burlón desde el final de la clase.
Y el rabillo del ojo, en el umbral de la puerta, vio como La Chismosa susurraba a la compañera:
-Esta niña es más rara que su madre.
Ellos no lo sabían.
Aquello hacía que se sintiera importante. Poderosa. Tenía algo que los otros no tenían: un secreto. Y fuerza, para guardarlo.
Le quedaba poco tiempo y atravesó corriendo el patio.
Había sentido como sus amigas llamaban los cuatro vientos cosas que supuestamente deberían haber callado. Pero ella era diferente. Como su secreto. Era tan grande! Tan inmenso ... Su secreto. La hacía sonreír si estaba triste.
Dejó atrás la plaza y la fuente, subió deprisa la última calle y saltó una tras otra las vallas entre los huertos. Se detuvo un momento para recuperar el aliento mientras saludaba el Tío Jacinto, siempre sentado en ese banco:
-Buenas Tardes!
-Buenas Tardes, pequeña! -decía El abuelo con la mirada de los viejos con los niños, con un deje de tristeza pero todavía brillante-. Nunca había visto unas patas tan cortas hacer unos pasos tan largos!
Empezó a subir el camino. Ante su veía los campos de tierra seca y las nubes rosados.
Ella lo sabía. El día que lo descubrió cambiaron muchas cosas. Mejor dicho, todas. Lo que había sido verdad se convirtió de repente en una tontería. Era increíble ver como todo el mundo todavía creía aquellas teorías. Eran los libros de la escuela, y las explicaban los maestros más serios! Aún así, eran mentira.
Ya llegaba. Veía el olivar con los olivos polvorientas ya la izquierda del campo la roca. Valle, le decían. No había visto nunca una roca tan grande como aquella.
Cruzó la acequia. Era la quinta olivo empezando desde la derecha.
Una, dos, tres, cuatro, cinco. Llegó y dejó la bolsa en el suelo. Le gustaba subir a los árboles. Además, los olivos eran perfectos para hacerlo. De hecho, si no le hubiera gustado, nunca habría descubierto donde iba Él la noche. Lo había visto.
Se sentó con las piernas colgando en la rama más gruesa. El Sol iba cayendo, como una gota. Era un secreto tan extraordinario ...! Pero tampoco era aquélla, la palabra. Se pasaba la vida buscando la que pudiera describir.A veces pensaba que esa palabra no existía.
Casi no había ningún ruido, sólo el viento. Podía ver todos los campos, y el pueblo, y las montañas. Había venido muchas noches, pero cada vez era igual de emocionante.
Todo iba volviendo rojo. El cielo azul, azul. Las nubes, rojos. Tenía los ojos muy abiertos. El Sol caía y caía, cada vez más deprisa. Y el rojo: los árboles, la tierra, todo.
Entonces empezaba la cuenta atrás: cinco, cuatro, tres, dos, uno.
La roca se tragaba el Sol.
Por ADRIANA NICOLAU