
El éxito...
Se debe a cuánta gente te sonríe, a cuánta gente amas y cuántos admiran tu sinceridad y la sencillez de tu espíritu. Se trata de si te recuerdan cuando te vas. Se refiere a cuánta gente ayudas, a cuánta evitas dañar y si guardas o no rencor en tu corazón.
Se trata de si en tus triunfos incluiste siempre tus sueños. De si no fincaste tu éxito en la desdicha ajena y si tus logros no hieren a tus semejantes.
Es acerca de tu inclusión con los otros, no de tu control sobre los demás; de tu apertura hacia todos los demás y no de tu simulación para con ellos.
Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón; si fuiste egoísta o generoso, si amaste a la naturaleza y a los niños y te preocupaste por los ancianos.
Es acerca de tu bondad, tu deseo de servir, tu capacidad de escuchar y tu valor sobre la conducta ajena.
No es acerca de cuántos te siguen, sino de cuántos realmente te aman. No es acerca de transmitir todo, sino cuántos te creen, de si eres feliz o finges estarlo.
Se trata del equilibrio, de la justicia, del bien ser que conduce al bien tener y al bien estar.
Se trata de tu conciencia tranquila, tu dignidad invicta y tu deseo de ser más, no de tener más. La persona que verdaderamente tiene éxito es aquella que tiene a Cristo en su corazón.
El camino al Éxito no es recto. Hay una curva llamada falla, un periférico llamado confusión, topes llamados amigos, luces de precaución llamada familia, y tendrás ponchaduras llamados trabajos.
Pero...si tienes una refacción llamada determinación, un motor llamado perseverancia, un seguro llamado fe, un conductor llamado Jesús, ¡llegarás a un sitio llamado Éxito!
Empieza por hacer lo necesario, luego lo que es posible y de pronto te encontrarás haciendo lo imposible.
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