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Elogio a Fuensanta
Tú no eres en mi huerto la pagana rosa de los ardores juveniles; te quise como a una dulce hermana
y gozoso dejé mis quince abriles cual un moño de flores de pureza entre tus manos blancas y gentiles.
Humilde te ha rezado mi tristeza como en los pobres templos parroquiales el campesino ante la Virgen reza.
Antífona es tu voz, y en los corales de tu mística boca he descubierto el sabor de los besos maternales.
Tus ojos tristes, de mirar incierto, recuérdanme dos lámparas prendidas en la penumbra de un altar desierto.
Las palmas de tus manos son ungidas por mí, que provocando tus asombros las beso en las ingratas despedidas.
Soy débil, y al marchar por entre escombros me dirige la fuerza de tu planta y reclino las sienes en tus hombros.
Nardo es tu cuerpo y su virtud es tanta que en tus brazos beatíficos me duermo como sobre los senos de una Santa.
¡Quién me otorgara en mi retiro yermo tener, Fuensanta, la condescendencia de tus bondades a mi amor enfermo como plenaria y última indulgencia!
Ramon Lopez Velarde
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