Caminando a Emaús
Caminando a Emaús, yo te añoraba.
Te añoraba, Señor, por los inmensos ojos de los niños famélicos, por las grietas resecas de los pechos vacíos, por los cuerpos agónicos, deformes, de un mundo numerado con índices de lujo y de riqueza.
Te añoraba, Señor, por las guerras inútiles de los pueblos incultos, por los fríos cadáveres que amontona el poder, por los gritos del hombre contra el cielo, ahuyentando a los pájaros de la espiga granada bajo el sol.
Te añoraba, Señor, por las esquinas grises de las grandes ciudades, por las cárceles tétricas del amor marginado, por las torres del culto a la opulencia, ajenas a las manos que gimen por migajas de su pan.
Te he encontrado, Señor, en los ojos inmensos de los niños famélicos, en los pechos calientes de madres dolorosas, en la humana hermandad que brota de la Cruz, que nos redime y salva para alcanzar la gloria de tu Reino.
Caminando a Emaús yo te he encontrado.
Emma Margarita R.A.-Valdés
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