Incontrolable el amor que rebota contra el suelo
salpicando migas de cristal en tus quebrantadas manos.
La pantalla del teléfono no se arriesga a poner mi nombre
por ella resbalan dementes los minutos
poseídos de un sabor que va abriendo más y más la herida.
Deambulas inquieta por las paredes de esta habitación
donde ya no florece el transparente revolotear
de mi piel desnuda.
Ni el arquear de mi columna rebota contra tu dorso
ni la arista de mi nariz se clava en ti.
El amor sin control distinto, sin embargo,
aún hoy sigue alterando tu ritmo cardiaco.