Desde nunca te quiero y para siempre, desde todo y quizá y para siempre, desde el rotundo rayo que sube por la acequia de las horas al látigo crecido en mis pupilas ponientes, veloz mi voz, mi viento: vértigo de desembocadura y el más ingrato delta para acabar el viaje.
Hasta la nada espero, hasta lo lejos de la memoria inútil y el cráter sin crepúsculo, hasta la duda embriagada de rótulos celestes, en la fiebre y la luna imantada de agosto.
Amalia Iglesias
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