Preguntó al maestro de su aldea y este le indicó la dirección de un sabio que vivía en una ciudad cercana.
-No puedo leer tu don, le respondió. Pero conozco a alguien que sí puede hacerlo, para ello deberás desplazarte a la capital del reino. Di que vas de mi parte y te tratarán como a un hijo.
Invirtió sus escasos ahorros en el viaje que creía le abriría las puertas al conocimiento de su capacidad interior, sin embargo tampoco en esta ocasión obtuvo la respuesta deseada. Sólo la indicación de un viaje mucho más lejano para el que debería sortear muchos peligros e invertir un dinero que no tenía.
Realizó todo tipo de trabajos para sobrevivir a medida que avanzaba en la dirección que le habían señalado. Aprendió distintas lenguas y oficios. Conoció culturas y costumbres dispares. Tras una peregrinación que duró años, en una cabaña en la profundidad de un bosque, encontró el anciano al que debía preguntar:
-Si has llegado hasta aquí ya no necesitas que nadie te diga cuál es tu don. Era imprescindible que salieras de tus límites conocidos, mucho más allá de ellos, para encontrarlo. Tenías que actuar, el don no es algo que pueda explicarse intelectualmente, había que vivirlo.
-¿Y si todavía dudo de mi don? –balbuceó el joven-
-Entonces te mandaré todavía más lejos, a un viaje en el que no tengas que dar ni un paso, te obligaré a que mires en tu corazón.