CASTIGO
I
¡Yo te juré mi amor sobre una tumba,
sobre su mármol santo!
¿Sabes tú las cenizas que qué muerta
conjuré temerario?
¿Sabes tú que los hijos de mi temple
saludan ese mármol,
con la faz en el polvo y sollozantes
en el polvo besando?
¿Sabes tú las cenizas de qué muerta,
mintiendo has profanado?
¡No lo quieras oir, que tus oidos
ya no son un santuario!
¡No lo quieras oir!... Como hay rituales
secretos y sagrados,
¡hay tan augustos nombres que no todos
son dignos de escucharlos!
II
Yo te di un corazón joven y justo...
¡por qué te lo habré dado!
¡Lo colmaste de besos, y una noche
te dió por deborarlo!
Y con ojos serenos... El verdugo,
que cumple su mandato,
¡solicita perdón de las criaturas
que inmolará en el tajo!
Tú le viste serena, indiferente,
gemir agonizando,
¡mientras su roja sangre enrojecía
tus mejillas de nardo!
Y tus ojos... ¡mis ojos de otro tiempo
que me temían tanto!...
¡ni una perla tuvieron, ni una sola:
eres de nieve y mármol!
III
¿Acaso el que me roba tus caricias
te habrá petrificado?
¿Acaso la ponzoña del Leteo
te inyectó a su contacto?
¿O pretendes probarme en los crisoles
de los celos amargos?,
¿y me vas a mostrar cuánto me quieres,
después, entre tus brazos?...
¡No se pruevan así, con ignominias,
con corazones hidalgos!
¡No se templa el acero damasquino
metiéndolo en el fango!
Yo te alcé en mis estrofas, sobre todas,
hasta rozar los astros:
¡tócale a mi venganza de poeta,
dejarte abandonada en el espacio!
Poema de:
Pedro Bonifacio Palacios