Colombiano 1865-1896
Una noche,
una noche toda llena de murmullos,
de perfumes y de músicas de alas;
una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda
las luciernagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mi ceñida toda,
muda y pálida,
como si un presentimiento de amarguras infinitas
hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
por la senda florecida que atraviesa la llanura,
caminabas;
y la luna llena
por los cielos azulados, infinitos y profundos,
esparcía su luz blanca.
Y tu sombra,
fina y lánguida,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectadas,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban,
y eran una,
y eran una,
y eran una sola sombra larga,
y eran una sola sombra larga,
y eran una sola sombra larga...
Esta noche,
sólo, el alma
llena de las infinitas amarguras
y agonías de tu muerte,
separado de ti misma por el tiempo,
por la tumba y la distancia,
por el infinito negro
donde nuestra voz no alcanza,
mudo y sólo,
por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida,
y el chirrido
de las ranas...
Sentí frío. Era el frío que tenían en tu alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte,
era el frío de la nada.
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola,
iba sola por la estepa solitaria;
y tu sombra, esbelta y ágil,
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de murmullos,
de perfumes y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella...
¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos
que se juntan con las sombras de las almas!
¡Oh las sombras que se buscan
en las noches de tristezas y de lágrimas!
Una noche,
una noche toda llena de murmullos,
de perfumes y de músicas de alas;
una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda
las luciernagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mi ceñida toda,
muda y pálida,
como si un presentimiento de amarguras infinitas
hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
por la senda florecida que atraviesa la llanura,
caminabas;
y la luna llena
por los cielos azulados, infinitos y profundos,
esparcía su luz blanca.
Y tu sombra,
fina y lánguida,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectadas,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban,
y eran una,
y eran una,
y eran una sola sombra larga,
y eran una sola sombra larga,
y eran una sola sombra larga...
Esta noche,
sólo, el alma
llena de las infinitas amarguras
y agonías de tu muerte,
separado de ti misma por el tiempo,
por la tumba y la distancia,
por el infinito negro
donde nuestra voz no alcanza,
mudo y sólo,
por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida,
y el chirrido
de las ranas...
Sentí frío. Era el frío que tenían en tu alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte,
era el frío de la nada.
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola,
iba sola por la estepa solitaria;
y tu sombra, esbelta y ágil,
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de murmullos,
de perfumes y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella...
¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos
que se juntan con las sombras de las almas!
¡Oh las sombras que se buscan
en las noches de tristezas y de lágrimas!