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El Cuento De Margot
Vamos, Margot, repíteme esa historia que estabas refiriéndole a María, ya vi que te la sabes de memoria y debes enseñármela, hija mía.
-La sé porque yo misma la compuse. -¿Y así no me la dices? Anda, ingrata. -¡Tengo compuestas diez! -¡Cómo! repuse, ¿Te has vuelto a los seis años literata?
-¡No, literata no! pero hago cuentos... -No temas que tal gusto te reproche. -Al ver a mis hermanos tan contentos yo les compongo un cuento en cada noche.
-¿Y cómo dice el que contando estabas? -Es muy triste, papá, ¿qué no lo oíste? -Sólo oí que lloraban y llorabas. -¡Ah! sí, todos lloramos; ¡es muy triste!
Imagínate un niño abandonado de grandes ojos de viveza llenos, rubio, risueño, gordo y colorado -Como mi hermano Juan, ni más ni menos.
Figúrate una noche larga y fría, de muda soledad, sin luz alguna, y ese niño muriendo, en agonía, encima de la acera, no en la cuna.
-¿En las heladas lozas? -Sí, en la acera. Es decir, en la calle... ¡Qué amargura! -Hubo alguien que pasando lo creyera un olvidado cesto de basura.
Yo pasaba, lo vi, bajé mis brazos queriendo darle maternal abrigo y envuelto en un pañal hecho pedazos lo alcé a mi pecho y lo llevé conmigo.
Lloraba tanto y tanto el angelito que ya estaban sus párpados muy rojos... y a cada nueva queja, a cada grito el alma me sacaba por los ojos.
Me lo llevé a mi cama: entre plumones lo hice dormir caliente y sosegado... ¡Cómo hubo en este mundo corazones capaces de dejarlo abandonado!
¡Ay! yo sé por mi libro de lectura que estudio en mis mayores regocijos, que ni los tigres en la selva oscura dejan abandonados a sus hijos.
¡Pobrecito! yo sé su mal profundo, le curo como madre toda pena; parece que este niño en este mundo no es hijo de mujer sino de hiena.
De mi colchón en el caliente hueco duerme para que en lágrimas no estalle; y llorando Margot, mostró el muñeco que en cierta noche se encontró en la calle.
JUAN DE DIOS PEZA
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