Mi vida, enferma de fastidio, gusta de irse a guarecer año por año a la casa vetusta de los nobles abuelos, como a refugio en que en la paz divina de las cosas de antaño sólo se oye la voz de la madrina que se repone del acceso de asma para seguir hablando de sus muertos y narrar, al amparo del crepúsculo, la aparición del familiar fantasma.
A veces, en los ámbitos desiertos de los viejos salones, cuando dialogas con la voz anciana, se oye también, sonora maravilla, tu clara voz, como la campanilla de las litúrgicas elevaciones.
Yo te digo en verdad, buena Fuensanta, que tu voz es un verso que se canta a la Virgen, las tardes en que mayo inunda la parroquia con sus flores; que tu mirada viva es como el rayo que arranca el sol a la custodia rica que dio para el altar mayor la esposa de un católico Rey de las Españas; que tu virtud amable me edifica, y que eres a mis ósculos sabrosa no como de los reyes los manjares, sino cual pan humilde que se amasa en la nativa casa y se dora en los hornos familiares.
¡Oh, Fuensanta! Mi espíritu ayudado de tus manos amigas, ha de exhumar las glorias del pasado: en el ropero arcaico están las ligas que en el día nupcial fueron ofrenda del abuelo amador a la novia de rostro placentero, y cada una tiene su leyenda: "Tú fuiste, Amada, mi primer amor", "Y serás el postrero."
¡Oh, noble sangre, corazón pueril de comienzos del siglo diecinueve, para ti la mujer, por el decoro de sus blancas virtudes, era como una Torre de Marfil en que después del madrigal sonoro colgabas los románticos laúdes!
Yo obedezco, Fuensanta, al atavismo de aquel alto querer, te llamo hermana, fiel a mi bautismo sólo te ruego en mi amoroso mal con la prez lauretana.
Tu llanto es para mi linfa lustral que por virtud divina se convierte en perlas eclesiásticas, bien mío, para hacerme un rosario contra el frío y las hondas angustias de la muerte.
Los vistosos mantones de Manila que adornaron a las antepasadas y tienes en las manos delicadas, me sugieren la época intranquila de los días feriales en que el pueblo se alegra con la Pascua, hay cohetes sonoros, tocan diana las músicas triunfales, y la tarde de toros y la mujer son una sola ascua.
También tú, con las flores policromas que engalanan los clásicos mantones de Manila, pudieras haber ido a la conquista de los corazones.
Mas oh Fuensanta, el buen Jesús le pido que te preserve con su amor profundo: tus plantas no son hechas para los bailes frívolos del mundo sino para subir por el Calvario, y exento de pagano sensualismo el fulgor de tus ojos es el mismo que el de las brasas en el incensario.
Y aunque el alma atónita se queda con las venustidades tentadoras a las que dan el fruto de su industria los gusanos de seda, quiere mejor santificar las horas quedándose a dormir en la almohada de tus brazos sedeños para ver, en la noche ilusionada, la escala de Jacob llena de ensueños.
Y las alegres ropas, los antiguos espejos, el cristal empañado de las copas en que bebieron de los rancios vinos los amantes de entonces, y los viejos cascabeles que hoy suenan apagados y se mueren de olvido en los baúles, nos hablan de las noches de verbena, de horizontes azules en que cobija a los enamorados el sortilegio de la luna llena.
Fuensanta: ha de ser locura grata la de bailar contigo a los compases mágicos de una vieja serenata en que el ritmo travieso de la orquesta, embriagando los cuerpos danzadores, se acuerda al ritmo de la sangre en fiesta.
Pero es mejor quererte por tus tranquilos ojos taumaturgos, por tu cristiana paz de mujer fuerte, porque me llevas de la mano a Sión cuya inmortal lucerna es el Cordero, porque la noche de mi amor primero la hiciste de perfume y transparencia como la noche de la Anunciación; por tus santos oficios de Verónica, y porque regalaste la paciencia del Evangelio, a mi tristeza crónica.
Los muebles están bien en la suprema vetustez elegante del poema. Las arcas se conservan olorosas a las frutas guardadas; el sofá tiene huellas de los muslos. salomónicos de las desposadas; entre un adorno artificial de rosas surgen, en un ambiente desteñido, las piadosas pinturas polvorientas; y el casto lecho que pudiera ser para las almas núbiles un nido, nos invita a las nupcias incruentas y es el mismo, Fuensanta, en que se amaron las parejas eróticas de ayer.
Dos fantasmas dolientes en él seremos en tranquilo amor, en connubio sin mácula yacentes; una pareja fallecida en flor, en la flor de los sueños y las vidas; carne difunta, espíritus en vela que oyen cómo canta por mil años el ave de la Gloria; dos sombras dormidas en el tálamo estéril de una santa.
ENVÍO
A ti, con quien comparto la locura de un arte firme, diáfano y risueño; a ti, poeta hermano que eres cura de la noble parroquia del Ensueño; va la canción de mi amoroso mal, este poema de vetustas cosas y viejas ilusiones milagrosas, a pedirte la gracia bautismal.
Te lo dedico porque eres para mí dos veces rico; por tus ilustres órdenes sagradas y porque de tu verso en la riqueza la sal de la tristeza y la azúcar del bien están loadas.
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