Infante-Dios: el pálido bardo meditabundo canta el advenimiento del divino tesoro, y, ante quien da su vida al corazón del mundo, ofrenda su plegaria -su mirra, incienso y oro-. No por el que celebra la gloria de tu pascua entre rubios hervores de cálido champaña, ni por el alma frívola, ni por la boca de ascua en que el sofisma teje sutil hebra de araña... Por los huérfanos niños, los de padres ignotos, que esperan el presente real en la ventana, y sólo nieve encuentran en sus zapatos rotos, a la rosada luz de la nueva mañana; por esas pobres vírgenes que consume la anemia, víctimas inocentes de paternales vicios; y por los melenudos hijos de la Bohemia en quienes ha ejercido Saturno maleficios; por la novia que espera y espera eternamente, la cimera de Orlando, el plumón de Amadís o la voz de Romeo, hasta que un día siente que un fúnebre enlutado la lleva dulcemente, en su barquilla de ébano, a un remoto país; Por los meditabundos hijos de la Sophia, los hermanos de Fausto, que huyendo del contacto mundanal, se lanzaron a la tiniebla fría del Ser y del No-Ser, y sin luz y sin guía perdiéronse en la noche suprema de lo Abstracto; y por los vagabundos y por los atorrantes que jamás conocieron la familiar dulzura, por esos ignorados y tristes comediantes de la tragicomedia de la Malaventura. Por el que en dolorosas horas de su vigilia toma por salvación el puñal o el veneno y por el trotamundos sin pan y sin familia, que inmoló a los sentidos cuanto en él era bueno; por esos cuyos nombres son de marca de ludibrio -almas patibularias, lívidos criminales-, por esos cuya marcha de atroz desequilibrio acompañan los siete Pecados Capitales; y por el Metafísico incansable que sufre de un obsesor problema el torcedor eterno, que es peor que llevar la esclavina de azufre que Satanás ofrece al malo en el Infierno; Señor, y, sobre todo, por el triste Poeta, en cuyo pecho vibra la perenne armonía, por ese mago, dueño de la virtud secreta de hacer de sus dolores luz, sueño y melodía; por ellos mi oración llena de mansedumbre, por ellos mirra, incienso y oro mis cantos den... Vuelve tus ojos puros a aquella muchedumbre y ábreles el tesoro de tus gracias. ¡Amén! -
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