Por: Fernando Pascual, L.C. | Fuente: es.catholic.net
Una de las necesidades fundamentales del ser humano es el cariño. Necesitamos sabernos amados. Necesitamos ser acogidos, a pesar de nuestros defectos. Necesitamos gestos concretos y sinceros de cariño.
Por no encontrar ese cariño, muchos sufren. No perciben a su alrededor miradas amigas, ni corazones acogedores, ni manos que les apoyen con afecto.
Al revés, descubrir que tenemos familiares y amigos fieles y cariñosos dilata el corazón y permite vivir con más paz, alegría y esperanza.
Hay un cariño que nos llega continuamente y que no siempre percibimos: el cariño de Dios.
Porque Dios nos creó con un amor eterno. Porque está siempre a nuestro lado y nos apoya suavemente. Porque nos levanta tras las caídas. Porque nos consuela en las penas. Porque nos fortalece en las dificultades.
Muchas veces ese cariño divino pasa desapercibido, en parte porque buscamos y preferimos ojos visibles, manos calientes, palabras que leemos o escuchamos en el móvil.
Pero los cariños humanos son volubles, en ocasiones no son sinceros, y duele mucho descubrir que algunos un día nos traicionaron.
Dios, en cambio, no nos falla nunca. Su “sí” es continuo y fiel. Tan fiel, que sigue a nuestro lado hasta el final. “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Sé que tengo un Amigo fiel. Desde su cariño, mi corazón ha encontrado la paz. Con su fuerza, puedo convertirme, para otros, en instrumento de amor, en consuelo para sus penas, y en mano disponible para ayudarles en tantos momentos de la vida.