Llevaba ya ocho días con los botines rotos por culpa de los guijos; y a Charleroi llegué. En el Cabaret-Verde, encargué unas tostadas de manteca y jamón jugoso y calentito.
Estiré las dos piernas, feliz, bajo la mesa verde, mientras miraba los dibujos ingenuos del tapiz. ¡Qué alegría cuando la criadita la de las grandes tetas y los ojos como ascuas
––a ésa, sí que no le asusta un simple beso––, con risas, me ofreció tostadas de manteca y jamón tibio, en plato de múltiples colores!
Jamón blanco y rosado que perfumaba un diente de ajo, y me llenó la jarra inmensa: espuma que doraba el fulgor de un sol casi dormido.
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