Desciende a mí, consolador Morfeo, Único dios que imploro, Antes que muera el esplendor febeo Sobre las playas del adusto moro.
Y en tu regazo el importuno día Me encuentre aletargado, Cuando triunfante de la niebla umbría Asciende al trono del cenit dorado.
Pierda en la noche y pierda en la mañana Tu calma silenciosa Aquel feliz que en lecho de oro y grana Estrecha al seno la adorada esposa.
Y el que halagado con los dulces dones De Pluto y de Citeres, Las que a la tarde fueron ilusiones, A la aurora verá ciertos placeres.
No halle jamás la matutina estrella En tus brazos rendido Al que bebió en los labios de su bella El suspiro de amor correspondido.
¡Ah! déjalos que gocen. Tu presencia No turbe su contento; Que es perpetua delicia su existencia Y un siglo de placer cada momento.
Para ellos nace, el orbe colorando, La sonrosada aurora, Y el ave sus amores va cantando, Y la copia de Abril derrama Flora.
Para ellos tiende su brillante velo La noche sosegada, Y de trémula luz esmalta el cielo, Y da al amor la sombra deseada.
Si el tiempo del placer para el dichoso Huye en veloz carreta, Une con breve y plácido reposo Las dichas que ha gozado a las que espera.
Mas ¡ay! a un alma del dolor guarida Desciende ya propicio; Cuanto me quites de la odiosa vida, Me quitarás de mi inmortal suplicio.
¿De qué me sirve el súbito alborozo Que a la aurora resuena, Si al despertar el mundo para el gozo, Sólo despierto yo para la pena?
¿De qué el ave canora, o la verdura Del prado que florece, Si mis ojos no miran su hermosura, Y el universo para mí enmudece?
El ámbar de la vega, el blando ruido, Con que el raudal se lanza, ¿Qué son ¡ay! para el triste que ha perdido, Ultimo bien del hombre, la esperanza?
Girará en vano, cuando el sol se ausente, La esfera luminosa; En vano, de almas tiernas confidente, Los campos bañará la luna hermosa.
Esa blanda tristeza que derrama A un pecho enamorado, Si su tranquila amortiguada llama Resbala por las faldas del collado,
Ni aviven mi existencia interrumpida Fantasmas voladores, Ni los sucesos de mi amarga vida Con tus pinceles lánguidos colores.
No me acuerdes crüel de mi tormento La triste imagen fiera; Bástale su malicia al pensamiento, Sin darle tú el puñal para que hiera.
Ni me halagues con pérfidos placeres, Que volarán contigo; Y el dolor de perderlos cuando huyeres De atreverme a gozar será el castigo.
Deslízate callado, y encadena Mi ardiente fantasía; Que asaz libre será para la pena Cuando me entregues a la luz del día.
Ven, termina la mísera querella De un pecho acongojado. ¡Imagen de la muerte! después de ella Eres el bien mayor del desgraciado.
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