Sucesos increíbles son reconocidos como milagros. La vida misma, en todas sus formas, es un milagro. La inimaginable totalidad de Dios eternamente lleva a cabo un plan divino que desafía toda explicación. Cada uno de nosotros es un milagro, creado y sostenido por Dios.
A pesar de lo difícil que parezca un reto, recuerdo que vivo en sociedad con Dios. Elevo mis expectativas al plano divino en el cual todas las cosas son posibles.
No existe separación entre lo creado y el Creador. Jesús habló de esto cuando dijo, “El Padre está en mí, y … yo estoy en el Padre”. Con Dios, puedo superar cualquier desafío que pueda presentarse. Yo soy un milagro de vida .
Crean en las obras que hago, para que sepan de una vez por todas que el Padre está en mí y que yo estoy en el Padre.—Juan 10:38
La vida está llena de cambios que presentan tanto retos como posibilidades. Mi habilidad para adaptarme a los giros imprevistos es fomentada cuando me mantengo firmemente vinculado con Dios. Gracias a la sabiduría divina en mí, reconozco y acepto lo inesperado con serenidad y fe. Me adapto con aplomo a cualquier circunstancia nueva.
Si enfrento desafíos tales como un divorcio, la pérdida de mi trabajo o un diagnóstico médico, determino permanecer flexible y abierto a la luz divina. Cualquiera que sea la circunstancia, se la entrego a Dios. Alineado con el Espíritu, permanezco receptivo, flexible y en calma. El Amor perfecto sostiene y dirige mi vida siempre. La voluntad de Dios para mí es el bien y sólo el bien.
Tu palabra es una lámpara a mis pies; ¡es la luz que ilumina mi camino!—Salmo 119:105