Mi aliento es mi vínculo con Dios, una actividad de la vida divina en mí. Con cada inspiración inhalo la vida de Dios. Mis pulmones se expanden y mi corazón circula la renovadora energía de vida.
La respiración es una actividad natural de mi cuerpo, mas si enfrento una situación estresante, mi respiración y el latido de mi corazón se aceleran. Contrarresto esta reacción recordando respirar conscientemente.
El latido de mi corazón se aminora, mi mente se sosiega y mi cuerpo suelta la tensión. Inhalo vida divina y exhalo paz . Mantengo la atención en la respiración y me doy el tiempo que necesito para conectarme con el Cristo de mi ser. Gracias a ello, reacciono positivamente y respondo a todo partiendo de un lugar de paz.
¡Que todo lo que respira alabe al Señor! ¡Aleluya!—Salmo 150:6
Me entrego a la certeza espiritual de que mi vida está en orden divino.
Mi mente puede resistirse a la idea de entregarse, y hasta sentir que es sinónimo de derrota. Sin embargo, en la Verdad, entregarse es un paso espiritual esencial que abre el camino al orden divino.
El orden divino es la esencia de toda vida, el amor infinito en el cual “vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). El orden divino siempre está presente y en expresión. Así que si percibo ausencia de orden, es porque estoy permitiendo que la mente mortal se aleje de la guía amorosa de mi ser espiritual.
Reemplazo prioridades y expectativas basadas en el temor con fe en la Presencia moradora —mi guía amorosa constante que me dirige hacia una vida de gozo y paz.
Sólo yo sé los planes que tengo para ustedes ... para que tengan un futuro lleno de esperanza. —Jeremías 29:11