Cuentan que un hombre recibió de parte de su hermano un automóvil como regalo de Navidad. Cuando salió de su oficina esa Nochebuena, vio que un niño desamparado estaba caminando alrededor del brillante auto nuevo y que lo contemplaba con admiración.
—¿Este es su auto, señor? —preguntó el niño.
El hombre afirmó con la cabeza.
—Mi hermano me lo dio como regalo de Navidad.
El niño se quedó asombrado.
—¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y a usted no le costó nada? A mí sí que me gustaría... —titubeó el niño.
El hombre se imaginó lo que iba a decir el niño: que le gustaría tener un hermano así. Pero lo que el muchacho realmente dijo estremeció al hombre de pies a cabeza:
—Me gustaría poder ser un hermano así.
El hombre miró al muchacho con asombro, y se le ocurrió preguntarle:
—¿Te gustaría dar una vuelta en el auto?
—¡Claro que sí! ¡Me encantaría!
Después de un corto paseo, el niño se volvió y, con los ojos chispeantes, le dijo al hombre:
—Señor, ¿sería mucho pedirle que pasáramos frente a mi casa?
El hombre sonrió. Creía saber lo que el muchacho quería. Seguramente deseaba mostrarles a sus vecinos que podía llegar a su casa en un gran automóvil. Pero, de nuevo, el hombre estaba equivocado.
—¿Se puede detener donde están esos dos escalones?
El niño subió corriendo, y al rato el hombre oyó que regresaba, pero no tan rápido como había salido. Era que traía a su hermanito lisiado. Tan pronto como lo acomodó en el primer escalón, le señaló el automóvil.
—¿Lo ves? Allí está, tal como te lo dije, allí arriba. Su hermano se lo dio como regalo de Navidad, y a él no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a regalar uno igualito... Entonces podrás ver tú mismo todas las cosas bonitas que hay en los escaparates de Navidad, de las que he estado tratando de contarte.
El hombre se bajó del auto y subió al hermanito enfermo al asiento delantero. El hermano mayor, con los ojos radiantes, subió detrás de él, y los tres comenzaron a dar un paseo navideño inolvidable.1
Esa Nochebuena, aquel hombre comprendió el verdadero significado de las palabras del apóstol Pablo, que a su vez recordaba las palabras de nuestro Señor Jesucristo: «Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre todos los santificados. No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»2
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