Si veo que alguien pasa por un momento difícil, mi primer pensamiento es tenderle una mano. No importa cuál sea la necesidad, sé que tengo algo que ofrecer a esa persona. Comienzo centrando mi atención mediante la oración y la meditación. Sé que seré guiado a las palabras y acciones correctas y útiles.

Al mirar a través de los ojos del Espíritu, veo sólo el bien en quienes deseo ayudar. De este modo, comparto con ellos partiendo de un sentimiento de bondad.

Tengo presente que todos hemos sido bendecidos con bien ilimitado. Comparto esta comprensión para ayudar a otros a reconocer su verdad. Yo soy un instrumento del bien de Dios en el mundo. Tiendo una mano y doy de corazón a quienes lo necesitan.

Cuando pienso en prosperidad, puede que piense en términos de los objetos tangibles que poseo o el balance en mi cuenta bancaria. Y, aunque las finanzas y las cosas materiales son el resultado de una actitud próspera, solo son una pequeña porción de algo mayor.

La prosperidad es definida como una condición o estado de superación y crecimiento. Tengo éxito cuando supero un reto o cumplo con mis metas. Prospero y me desarrollo cuando aprendo algo nuevo o tomo tiempo para cuidar de mí. Prospero cuando dejo ir una creencia antigua que no es para mi mayor bien. Yo soy próspero de muchas maneras todos los días. Las bendiciones son reveladas cuando veo mi mundo con gratitud.

Mi confianza y sentido de valía no están determinados por la manera como los demás me ven, sino como yo me siento acerca de mí mismo. Establezco mi imagen basado en la Verdad: Yo soy la imagen de lo Divino, y poseo recursos infinitos. Cultivo mis poderes internos de sabiduría, amor y fe para expresar todo lo que soy. ¿Cómo puedo ser menos que grandioso?

Cuando me miro con amor, veo a un ser hermoso. Veo confianza. Creo en mi divinidad interna. Cada día expreso más plenamente mi naturaleza sagrada. Determino permitir que la bondad y la compasión sean reflejos de quien soy y lo que soy. Al hacer esto, demuestro confianza. Tengo un sentido más profundo de mi verdadero ser.

La familia puede comprender el vínculo que comparto con mis seres queridos por consanguinidad, con mi grupo espiritual, con mis mascotas o con mi comunidad. En familia celebramos nuestros gozos, compartimos nuestros pesares y viajamos juntos en este viaje humano —apoyándonos a medida que crecemos. Hoy honro ese vínculo con toda la creación de Dios.

Al centrar mi energía, siento que esta fluye por mi cuerpo. Dirijo el fluir hacia los pies, sintiendo que intercambio fortaleza con la tierra. Expando la energía compartiéndola como amor con todo el planeta. Le permito que se eleve al cielo como arroyos estables de imaginación ilimitada. Las diferencias se disipan, y me sé amado, apoyado y vivo. ¡Yo soy uno con todos!

Aunque haya nubes de tempestad bloqueando el sol de vez en cuando, tengo la sabiduría y la fe para saber que los rayos del sol volverán a ser visibles. Una luz interna también existe para mi siempre: la luz de Dios.

Mantener un vínculo profundo con mi ser interno sirve como un faro radiante, una luz guiadora. La sabiduría de la verdad resplandece en mi mente y corazón ante toda situación. Al recordarlo, descanso y siento que una sensación de calma me baña. Avanzo, paso a paso, confiando en que no tengo que enfrentar los retos solo. Siento profunda paz porque sé que estoy siendo guiado perfectamente, y que el camino ante mí es claro. Cuento con la luz de la verdad en mí para que me dirija hacia mi mayor bien.