Mi preciosa hermanita:
Quizás nunca te lo he dicho, mi querida hermana, porque pienso que ya sabes lo que siento, que me siento orgullosa de saber que llevamos la misma sangre, que estamos unidas por sentimientos bellos, que estamos compenetradas en tantas cosas...
Tú, has sido para cada una de nosotras,
como una segunda madre.
Tú, hermana querida, que nos arropaste cuando éramos unas niñas, cuidaste de nosotras, nos amaste y aún siendo tú pequeña, hiciste el papel de madre por ser de todas la mayor... y yo te amo, ¿sabes?
Te amo porque eres buena, porque nos das todo de ti, porque tienes esa nobleza de mujer que se entrega a su familia, que sufre y llora con los suyos. Porque eres una gran mujer.
¡Eres mi hermana!
La que siempre está pendiente del más pequeño detalle para consentir, para dar, para abrazar... y que cuando lo hace, el mundo entero se detiene y todo cobra vida, el temor se aleja, la mirada se entorna y la boca sonríe... y todo se calma.
Eres manantial de suavidad, eres como una suave brisa: tierna, comprensiva, amable y amorosa.
Eres mi querida hermana, la más bella rosa del rosal. Tu textura es sin igual y yo, tu hermana, te concedo la corona de mujer hermosa y te agradezco cada día que me des ese amor filial y la paz de tu sonrisa, que no tiene comparación y que me hace decirte:
¡Gracias por dejarme estar en tu vida, gracias por ser mi hermana querida! ¡Gracias, Dios, por la hermana que me has regalado!
¡Te amo con todo mi corazón!