Con las arrugas que comienzan a marcar la cara del paso del tiempo, estamos aprendiendo cómo manejar todo mejor. Los anteojos ya no solo ayudan a leer y ver a lo lejos, nos dicen que es hora de ver la vida de otra manera. Es hora de trabajar nuestra individualidad, cimentando nuestra personalidad, haciéndonos entender que la perfección de la vida es precisamente que nunca será totalmente perfecta y que debemos abrazarla con amor, tal como viene. El cabello que insiste en ser blanqueado nos da el coraje de ser más sinceros. Madurarse no es convertirse en un adulto. Es tener coraje, opinión y amor propio. Es saber apreciar lentamente cada momento que la velocidad de la juventud hace que pase desapercibido. Se trata de disfrutar el viaje sin preocuparse mucho por el destino final. Esto es cuando aprendemos a manejar los impulsos, dominarlos y superarlos, cosas que la energía de la juventud ha permitido. La madurez nos hace comprender la vida sin engaños, aceptar defectos sin sufrimiento y cumplir deseos con mayor placer. La madurez es decir NO cuando es necesario, es sí cuando es necesario. Es bajar y levantar la cabeza en los momentos correctos. No es tonto, no es inteligente, solo lo suficientemente sabio como para dejar de preocuparse por todo. La madurez nos hace dejar de desear tener la vida que el otro tiene, aceptamos nuestra vida con amor. Ya no está escuchando a los pesimistas. Está haciendo del tiempo un maestro. La madurez son sueños hechos realidad, sin anuncios. Son victorias, sin stands. Estos son momentos eternos sin registros. Estos son días inolvidables, sin publicaciones. Es la vida sin gustos. Es poder lidiar bien con la dulzura y la amargura, con acidez y deleite, con vigor y pereza. Es el equilibrio del equilibrio de la vida. Es creer en la fuerza de la fe. Madurar es alcanzar el ápice de la juventud sin pudrirse. Nos aseguramos de que la felicidad va de la mano con las elecciones y que es independiente de las posesiones, títulos, bienes, compañías, edad, trabajos, dolores y amores. La felicidad depende solo de aceptar quiénes somos. La madurez es entender que ha llegado el momento de vivir la vida en paz. El resto es transformación. La felicidad depende solo de aceptar quiénes somos. La madurez es entender que ha llegado el momento de vivir la vida en paz. El resto es transformación. La felicidad depende solo de aceptar quiénes somos. La madurez es entender que ha llegado el momento de vivir la vida en paz. El resto es transformación. - Cleonio Dourado -
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