Un mismo alimento puede saber muy distinto según cómo se cocine.
Existen cientos de formas de guisar las papas, por ejemplo. Hay comidas que me gustan preparadas de cierta manera, y que de otras maneras no me apetecen nada.
Es muy diferente comerse una fruta o verdura cruda que comérsela cocinada.
La presentación influye en nuestra reacción.
Y eso es tan válido para la comida como para nuestra comunicación e interacción con los demás.
La presentación es fundamental.
Una misma idea se puede expresar de muy diversas maneras.
Si se hace con un dejo sombrío, que revela toda una gama de emociones negativas, se suscitan reacciones adversas; mientras que de otra manera se genera exactamente lo contrario.
Quienes plantean las cosas con amor y consideración obtienen casi siempre mejores resultados.
Al expresarnos con amor hacemos que la otra persona se sienta a gusto, que se sienta amada, que sienta que la apreciamos, la respetamos y confiamos en ella. Y de esa manera uno casi siempre se gana su colaboración.
En realidad, lo más importante no siempre son las palabras que decimos, sino el tono que empleamos. Cuando tenemos que señalar un problema o decir algo que sabemos que será difícil de aceptar, y es necesario abordar la cuestión sin rodeos, la otra persona disculpará nuestra franqueza si ve que nos interesamos sinceramente por ella.
Aunque no nos expresemos con las palabras más adecuadas y de la manera más diplomática, lo que más importa y lo que más fortalecerá la relación es que la persona perciba nuestra consideración.
Tratemos a los demás con amor y confianza.