EL MIEDO: UNA COSTUMBRE PELIGROSA
El miedo se ha convertido en una emoción permanente en nuestra vida. Se ha vuelto tan cotidiano, que sentirlo nos parece normal. Y, como si fuera poco, hoy día en las conversaciones se le presenta, fuera de toda duda, como un argumento válido para explicar nuestras acciones.
Es corriente oír que alguien dice: no presentó el examen, no se separó o no se casó porque le dio miedo. Pareciera que con esta frase todo queda dicho, todo se entiende.
Curioso porque, en verdad, lo único que queda claro es que convertimos el examen, la separación o el matrimonio, en un peligro imposible de asumir con nuestros propios recursos.
Es evidente, entonces, que renunciamos a construir nuestra vida, a decidir nuestro futuro y le entregamos todo el poder al miedo.
Nos hemos acostumbrado, por raro que suene, a obedecerle al miedo.
¿Será cierto que los hechos de la vida son peligros de los que no nos podemos defender?
La respuesta es obvia: desde luego que no. Sin embargo, así ocurre.
Entonces, ¿qué es lo que nos pasa para que, renunciar a dirigir nuestra vida, nos parezca una condición aceptable?
Considerar esta privación como una propuesta natural tiene que ver, por un lado, con una idea fuertemente enraizada en nuestras tradiciones culturales. Se trata de una creencia que popularmente se enuncia cuando se le dice a un niño: mijito, usted no se manda solo. Es decir, se educa para obedecer y se supone que por arte de magia esta persona, cuando cumpla la mayoría de edad, será autónoma.
Pero claro, eso no sucede así, pues quien ha aprendido que no tiene el derecho de elegir por voluntad propia, buscará un líder que lo dirija.
Y como si esto no fuera suficiente, manipular la confianza y la vulnerabilidad es una costumbre aceptada.
Así, cada vez que nos enfrentamos con algo desconocido, se nos aparece un momento en el cual tenemos la oportunidad de crecer y desarrollar confianza, entonces nuestras creencias culturales, a través de las voces de los educadores o de los amigos, ponen el énfasis en los aspectos amenazantes: "ojo que más vale malo conocido que bueno por conocer"; "mire bien, no actúe a menos que esté seguro; qué tal que le vaya mal y fracase."
El efecto que estas advertencias tienen es casi inmediato: la inseguridad y la incertidumbre se apoderan de nosotros y nos parece que es lógico aceptar lo malo, en lugar de aventurar lo probable; suponemos viable que, aunque sabemos que la vida siempre es incierta, nosotros tenemos que ir a la fija; y, sobre todo, sin ningún atisbo de duda, aceptamos que el error no forma parte del aprendizaje, que perder es el fin de la película.
Desde luego, el resultado de actuar bajo estos preceptos no puede ser otro distinto de la parálisis y la pérdida de la confianza en nuestros propios recursos.
El mundo, rápidamente, se torna en un escenario peligroso en el que la emoción prevalente es el miedo.
La mayoría de las conversaciones en la consulta giran en torno al miedo.
Hace tiempo conversaba con un grupo niños que decían: Mira, mi miedo es la oscuridad, el mío son los ladrones, el mío es que mi mamá se ponga brava.
Al notar que ellos no distinguían entre el miedo, la emoción interna y el peligro o la situación externa, les pedí que pintáramos en una hoja de papel la oscuridad, los ladrones y la mamá brava y que a esos dibujos les pusiéramos el nombre de dificultad. Y luego les sugerí que, en otra hoja, dibujaran lo que ellos sentían dentro de su cuerpo y que a eso sí lo llamáramos miedo.Se emocionaron tanto al poder sacar el miedo de su mundo interior, que inmediatamente comenzaron a inventarse soluciones para manejar la dificultad y después querían quemar, ahogar o enterrar el miedo. Se sentían tan libres que cantaban por todas partes un estribillo que decía: "no le tengo miedo al miedo, el miedo me tiene miedo a mí."
Nuestras tradiciones culturales, aún cuando en teoría favorezcan la autodeterminación de las naciones y de los individuos, equivocadamente, validan ideas que legitiman el miedo como manera de enfrentar las dificultades. Es claro, entonces, que sólo podremos sentirnos libres, como individuos y como nación, cuando el miedo no gobierne nuestro actuar, cuando la creatividad y la confianza sean las herramientas con las que enfrentemos los hechos de la vida.
Autora: María Antonieta Solórzano, psicoterapeuta de Familia y de pareja (Colombia)
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