Cierto día un anciano rey, fue a dar un paseo por su jardín y éste descubrió
que sus árboles, arbustos y flores de pena se estaban muriendo.
El roble dijo que se sentía inferior, porque no podía ser tan alto como el pino. Volviéndose al pino, lo halló alicaído porque no podía dar uvas como la vid. Y la vid se sentía triste porque no podía florecer como la rosa.
La rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el roble. Entonces alcanzó a ver entre los arbustos, a una plantita muy pequeña,
era una pequeña fresa, floreciendo más lozana y fresca que nunca.
Entonces el rey le preguntó: ¿Cómo es que tú creces feliz y saludable en medio
de este jardín mustio y sombrío?
No lo sé, -respondió, quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste,
querías fresas.
Si hubieras querido un roble o una rosa, habrías plantado eso.
En aquel momento el rey musitó: -Intentaré ser como la fresca fresa y la mejor de las fresas posibles que exista.
Amigo, amiga, ahora es tu turno, tú estás aquí por una razón, para alegrar la
vida de alguien,
con tu belleza y talento y para perfumar al mundo con tu fragancia mejor.
Simplemente mírate a ti mismo y examina tu interior. No hay posibilidad de que seas
otra persona, pero puedes ser el mejor de los seres habidos y por haber.
Eres como eres y eres lo que eres, con tus limitaciones y virtudes,
puedes disfrutarlo todo y aún así florecer.
Aún en medio de todo, puedes mejorarte a ti mismo, al ser regado con tu amor propio,
o puedes elegir tratar de ser alguien que no eres y marchitarte en tu