Padre de mis hijos
Te vi como reflejo de mí misma
al mirarme en el fondo del espejo:
Tus ojos en los míos,
mirada clara, idénticos deseos,
sincronizado el paso hacia el futuro
sobre un afán de ideas y proyectos.
Pero perdí el contacto,
empañada la imagen por el tiempo.
Percibo tu presencia
como percibe el ciego
en la proximidad del transeúnte
ciertos indefinidos movimientos.
No sé si te perdí, si me has perdido,
si en una encrucijada de senderos,
por no marchar unidos de la mano,
adoptamos dispares derroteros.
Hoy ya no estás en mí, aunque comparta
indiferente mesa, frío lecho,
y alborozo de voces juveniles
sobre nuestro silencio.
No un silencio total, que aún hay palabras
tibias, superficiales, sin veneno,
que tal vez se incorporen a la mente,
o tal vez se diluyan en el viento,
pero rebotan en la piel del alma
con un tañido hueco.
Y ¿por qué sigo aquí, lánguida rosa,
muda canción, agonizante fuego,
como oprimida por el peso absurdo
de un bloque de cemento?
¿Cómo extender las alas,
y remontar el vuelo,
con este lastre de años del pasado,
con ese porvenir atado al miedo?
El amante se hundió en torpe letargo,
yace el amigo encadenado al sueño,
trámite rutinario es el esposo,
y sólo al padre de mis hijos tengo.
Necesito una fuga con retorno,
una inyección de brisas y de versos
que oxigene esta sangre que se pudre
en soledad de amargo cautiverio.
Y lo he de hacer. Palpitarán mis sienes,
rígidos los pezones en mis senos
saldrán en busca de la mano firme,
de la humedad y del calor del beso;
y he de tener, y habré de dar la entrega
que un día tuve y dí, de que hoy carezco.
Ven, viento amigo, que tu recio soplo
erradique esta niebla en mi cerebro
y pueda ver la claridad del dia
y caminar a un horizonte nuevo.
Aunque al anochecer llegue la sombra,
y deba regresar a mi desierto.
Los Angeles, 22 de noviembre de 1999
Francisco Alvarez Hidalgo.