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Así te soñé un día:Era una mujer muy joven, casi una niña. Era como una muñeca de porcelana, muy bella, de su cara mejilluda resaltaban sus grandes ojos del color de la miel enclaustrados bajo las arcadas azabaches que formaban sus cejas. Sus largos cabello,negros cubrían sus menudos pechos, dejando entrever cómo brotaban firmes en su culminación dos hermosos pezones rodeados de grandes areolas tostadas. Destacaba en la palidez de su blanca figura, el negro vello público dibujando una delta perfecta. Tenía las manos muy fuertes y sus dedos eran largos igual que las uñas que los remataban. De sus vigorosas piernas surgían dos glúteos voluminosos. Su bisoño rostro se adornaba con algunas diminutas pequillas y de entre sus tiernos labios surgía una dentadura armoniosa que aportaba a su sonrisa un toque angelical.Y así te ame entre sueños:Puesta en pie, rasgó con arrojo sus vestimentas desde la altura del escote hasta los píes, dejando al descubierto todo la parte delantera de su cuerpo, pude entonces admirar sus concupiscentes pechos, sus enormes pezones parduscos, su rechoncha cintura y sus muslos. Aquellos carnosos muslos pálidos, casi lechosos que semejaban las columnas del pórtico de la entrada de un templo antiguo.Luego suavemente me descalzó arrojando hacia un costado mis alpargatas, me despojó de mi manto y sin perder en ningún momento su entrañable sonrisa, se colocó frente a mí en cuclillas, cogió con ternura mis pies, fue besándome uno a uno todos los dedos, mientras acariciaba con ternura las palmas. Yo sentía la humedad de su saliva que amortiguaba el ligero cosquilleo que me producía con los dedos de sus manos, seguidamente los abrazó con fuerza contra sus pechos desnudos y prosiguió acariciándome por la parte superior del pie y el tobillo, luego los posó entre sus piernas cerca de sus cálidos labios vaginales. Poco a poco iba desplazando su masaje, notaba subir sus manos lentamente por mis piernas, sentía el calor de su flujo viscoso humedeciendo mis empeines, percibía la dulzura de sus manos rozando con delicadeza mi pene, los pezones de mis pechos, mis orejas, la boca. Chupé sus dedos rechonchos, los mordí con pasión mientras ella, con dolor, me introducía en su regazo y rompía las ligaduras que la aferraban a este mundo, emancipándose de su cautiverio virginal. Súbitamente un volcán emergió con fuerza de mi interior, un río de blanca lava candente surgió de mi cráter profundo fundiéndose con su río caudaloso de néctar. Creí subir al cielo. Creí levitar libre entre las sedosas nubes de la noche otoñal.a/d