Las gotas bailan,
en ese cristal
que una vez acariciaron,
sin siquiera notarlo,
tus aterciopeladas pupilas.
Se creen grandes bailarinas,
intentando que recuerdes
el porqué aun a veces
te asomas a la orilla,
a la orilla helada
de esa ventana.
Quizá sea porque me extrañas,
o porque te extrañas,
o porque echas de menos
aquellas hermosas fantasías
de lluvia cálida,
donde todo y nada era perfecto,
donde una extraña conocida
se calaba su sombrero,
se cerraba la gabardina,
y tras pagar al camarero,
en la oscura calle se perdía.
O quizá sea porque, simplemente,
desde tu casa, allá arriba,
te guste ver pasar a la gente
corriendo por la calle fría,
mientras tomás café caliente,
mientras escucha música,
mientras fuera, llueve.