Intima
Tú no oprimas mis manos.
Llegará
el duradero tiempo
de reposar con mucho polvo
y sombra en los
entretejidos dedos.
Y dirías: -No puedo
amarla, porque ya se
desgranaron
como mieses sus dedos.
Tú no beses mi boca.
Vendrá el
instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado
suelo.
Y dirías: -La amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso.
Y me angustiara oyéndote,
y
hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis
dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia, mi aliento.
No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi
boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,
te engañarías
como un niño ciego.
Porque mi amor no es sólo esta
gravilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del
cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.
Es lo que está en el beso, y no es
el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de Dios,
que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!
GABRIELA MISTRAL