La he llamado, Señor y ella ya no está,
lo que tanto temía ha sucedido;
Mi amiga se ha marchado contigo,
y yo no puedo acostumbrarme a su ausencia.
Cada vez que la recuerdo
siento un desgarro por dentro
que me retuerce el alma.
Ella se ha marchado, Señor a la orilla lejana,
que nadie puede alcanzar sin atravesar la muerte,
aunque la siento en mi corazón, Señor
mis ojos ya no la pueden ver;
le puedo hablar pero no oigo sus palabras,
ya no dice mi nombre, Señor.
Dicen que uno se acostumbra,
que el tiempo lo borra todo
pero yo sé, Señor
que ni el tiempo ni la muerte pueden vencer el amor.
Ella está ahora en Tú luz, que lo purifica todo
también nuestra amistad,
mientras yo me siento aquí, en la noche y la extraño;
un torrente de lágrimas inunda mi corazón,
mi sufrimiento sigue siendo mío,
la horrible ausencia, ese vacío tan profundo que nadie podrá llenar.
Perdóna Señor mi abatimiento,
mientras Tú me miras desde la cruz
Yo me olvido de que sufres
con el sufrimiento de todos;
y mi fe empieza a rebrotar,
cuando salgo de mí y puedo verte, Señor.
Porque amar, a veces es alegría
y a veces sufrimiento
pero no por eso deja de ser amor.
Yo te doy gracias, Señor
por haberla conocido,
por cada minuto compartido,
por cada sonrisa
por que se, Señor que algún día
nuestra amistad se abrazará
en un infinito abrazo que nada podrá separar
así lo deseo y así te lo pido, Señor.