Cuentan la historia de un rey que quiso saber que se sentía siendo mendigo, para ello se disfrazó como tal y comenzó a pedir limosna por pueblos y ciudades. Llegó el día en que olvidó que era el rey y vagó como un pordiosero viviendo en la indigencia y sufriendo todo tipo de penalidades, sólo y triste no encontraba alivio para su desgracia cuando accidentalmente fue encontrado por uno de sus ministros, éste se regocijó en extremo con el encuentro y le recordó quien era, donde vivía y cuál era su verdadera identidad. De regreso al palacio el rey vivió el resto de sus días rodeado de riquezas, paz y armonía con sus familiares, amigos y súbditos agradecidos por su regreso.
Como el rey de la historia, nos hemos identificado al mendigo que vaga buscando resolver su pobreza, y que no encuentra alivio. A menudo buscamos donde no se puede encontrar, y pasamos nuestra vida de “pueblo en pueblo”, siempre con nuestro dolor y miseria a cuestas, a menudo convencidos de que no hay otra cosa que ese dolor y desesperación. Las tradiciones espirituales, nos señalan que el rey que representa nuestra verdadera identidad, pugna por despertar y restituir a su lugar verdadero nuestro ser, para el bien de todos los seres. Así como el rey necesitó del ministro para despertar, también nosotros necesitamos del amigo espiritual para ese fin. El Guía Espiritual se convierte pues en un aliado, un cómplice de este despertar que restituye las cosas a su lugar verdadero.