Fábula para niños y adultos
Por Adrián Pérez de Vera
Caracas, 23 de febrero de 1.977
La sabia ranita doña Blanca
Caminan el ciervo y la ardilla
Por el estanque de doña Blanca,
Ranita empolvada y vieja
Que anda siempre en cuclillas.
-Mi lumbago-, dice ella,
Con su croar se queja
Y dejando las hojas al salto,
Con otro salto
Una y otra hoja deja.
¡Croac! Vuelve a decir doña Blanca
Cuando se acercan el ciervo y la ardilla
Que curiosos la observaban
Más allá de la otra orilla.
¡Oiga ranita!, dice el ciervo,
¡Venga acá, grita la ardilla.
¿Por qué anda en cuclillas
Y su cuerpo no levanta?
Preguntan las dos voces de la orilla.
La ranita que pronto se ofende
Y con nada se espanta
Los mira de lado
Mientras salta de frente.
Cuando llega hasta ellos
Su voz levanta un poco molesta,
Pero, al verlos de cerca,
Comprensiva y ahora con mucha modestia
A ellos explica:
Mire usted señor ciervo,
Y también usted, doña ardilla,
Hace mucho tiempo que así somos
Y seguramente así nos quedaremos,
Pues solo les está dado a los humanos
El ser cada vez más perfectos…
Hace ya mucho tiempo
El hombre, ese animal raro y cambiante
También andaba en cuclillas,
Pero, no se por qué razón
Andan cada día más derechos,
Encorvándose solo un poco
Cuando ya llegan a viejos,
De tal suerte que de pronto
Ya no caminan sino vuelan
Y de esa forma la tierra dejan;
Nos quedaremos solos –sentencia doña Blanca-
Pues ya no querrán seguramente
Ni a las ardilla, ni ranas, ni ciervos,
Pues ¿cuenta ustedes no se han dado
Que el humano cada vez
Aprende nuevas cosas
Que a todos nos deja helados?
Y nosotros sin embargo,
Así nos hemos quedado,
Desde que comenzó el tiempo,
Así por arriba, así por abajo.
Miren compañeros –dice la ranita-
¿Qué ardilla, conejo o topo
Ha visitado un odontólogo?
¿Cuántos se han sentado en esas sillas?
¿A qué animal alguna vez
Le ha preocupado tener los dientes fuera de la boca?
Mientras el humano, usa frenos y aparatos
Y se cambia sus marfiles por dientes de otra cosa;
Esto es un decir amigos, entendámonos…
¡Es verdad! – dice la ardilla
Que mucho no entendía-
Pero mis dientes son fuertes
Y así los quiero tener,
Cuando son tiempos de nueces
Toda dientes quisiera ser.
Y yo – dice el ciervo-
Con mis cuernos, ¡qué altivez!
Más elegante no puedo ser;
Además de defenderme
De muy lejos puedo oler,
Y correteo por el campo
Y me veo embellecer,
Al beber agua de los charcos
Y al ver las mariposas
Y ¡Ay! – suspira el ciervo –
Al huir del cazador maluco
Que en asado me quiere ver.
Todo eso está muy bien
- Contesta la ranita doña Blanca
Que ya se empezaba a enfurecer –
Pero mientras seas así
No serás de otra manera
Y, ¿para qué sirve ser así
Igual por mil años y cien?,
Tus cuernos dices –comenta la ranita –
Son retorcidas mangueras,
Muy bello sí, eso dices,
Cuerpo de parrilla.
Y tú ardillita – continúa doña Blanca –
Es que el comer nueces
¿Es lo único que importa en la vida?
¿Es que para nosotros los animales
Otras cosas no tienen cabida?
Hay que aprender del humano
Que aunque animal también,
Al pensar bien, dejan de ser profanos.
Y se desarrollan, matándose ellos mismos la bestia,
Aunque todavía quedan muchos
Que con nosotros están a mano;
De esos no aprendamos,
Viles cazadores de bestias y humanos.
Aprendamos de aquellos
Humanos que nos aman,
Que son los que se desarrollan,
Los que no andan en cuclillas,
Los que han abandonado
La belleza de unos cuernos
Y el hambre de las ardillas,
De aquellos que miran
La belleza del alba
Y que engrandecen el alma
Mientras están de rodillas.