Al meditar en esto, de pronto recordé que la Biblia habla
de que los hijos de Dios “olemos a Cristo”, por así decirlo.
Y me sumí en la profundidad de esa verdad:
¿qué significará? ¿Podría alguien reconocer
o identificar este aroma en mí?
¡¡Yo creo que sí lo he identificado en otras personas
por la manera como se comportan!!
Estaba en mis cavilaciones, cuando el Señor
llamó mi atención hacia un hombre.
Era un hombre sumamente pobre que estaba buscando
entre la basura. Obviamente estaba muy sucio por todas partes
y de su cabeza, a la altura de la oreja derecha,
sobresalía una gran bola…
no soy doctora pero supongo que era un tumor.
De inmediato el Señor me movió a hablarle acerca del amor
de Jesús por él. Platicamos un rato.
El hombre me mostró su molestia porque las personas predicamos
una cosa pero hacemos otra y estuvo de acuerdo en que
todos estamos separados de la gloria de Dios pero que Él
es el único que verdaderamente nos ama.
Al despedirme de él, le extendí la mano.
Él no quiso darme la suya porque “estaba muy mugrosa”
y me ofreció el antebrazo. Entonces, sentí el impulso
de darle un abrazo y le pedí su permiso para hacerlo.
Él no quería, se miraba así mismo y hablaba de lo sucio que estaba
y que cómo yo iba a abrazarlo, pero le dije que lo recibiera como
de parte de Dios y por fin accedió.
Lo abracé y creo que ambos pudimos percibir un maravilloso
perfume a nuestro alrededor cuando nos separamos
y cada quien tomó su rumbo…
era el aroma indescriptible del amor de Dios…
un perfume que fue pagado al precio inaccesible para el ser humano:
¡la sangre de Cristo ¡
Mas a Dios gracias,
el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús,
y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar
el olor de su conocimiento.
Porque para Dios somos grato olor de Cristo
en los que se salvan, y en los que se pierden
2 Corintios 2:14-15
EL SEÑOR TE BENDIGA