¿Qué es la muerte?
El asunto de la muerte ha sido debatido ampliamente y ha servido de base a muchas especulaciones, algunas de ellas para añadir angustia y miedo a un acto natural mal entendido. Para muchos hombres y mujeres la muerte es un generador de angustia y miedo, mientras que para otros, al enfocarlo de forma distinta, se convierte en un refugio o salida de las presiones de la vida. Para éstos, la angustia de vivir es mayor que la angustia de morir. Pero la funcionalidad de las leyes pronto mostrará que de nada vale recurrir a la muerte como válvula de escape. Las leyes naturales siempre nos empujan hacia la manifestación de la vida. Para algunos la muerte representa un área atractiva para la investigación, muy rica y acompañada de un cortejo de enseñanzas que conduce al estudiante hacia otros valores y otras realidades las cuales puede, incluso, experimentar.
El problema de la muerte es muy sencillo. Desde hace siglos se nos ha inculcado que la muerte es sinónimo de cesación. Para el pensamiento materialista solo aquello que suena está vivo, la persona que no habla, que no suena, está muerta. Esto es una forma muy limitada y simplista, nada inteligente, de enfocar la vida y la muerte. En realidad todo es vida, y solemos llamar muerte a un cambio en la manifestación de ésta. Pero, como limitamos el concepto de vida solo a aquellos aspectos de nuestra conciencia física u objetiva, la cesación de estas percepciones las consideramos como muerte. En realidad sería mejor no usar la palabra muerte, sino transición, pues eso es lo que en verdad ocurre.
Desde el punto de vista de la transición, del cambio, hay quien piensa que esto se realiza como un fin en sí mismo. También se incluye la idea de aquellos que enfocan el tema de la inmortalidad como la existencia real, y el hecho de la propia transición como un medio para mantener dicha inmortalidad.
La transición no es otra cosa que la ausencia de la conciencia objetiva y subjetiva y la presencia de la conciencia profunda. Vista así la transición, se puede efectuar a voluntad cada día de manera consciente, y cada vez que dormimos de manera inconsciente. Por tanto, eso que llamamos muerte es algo muy natural y provechoso para un meditador.
Si estamos ante dos cuerpos que yacen en el suelo, uno dormido y otro muerto, notaremos unas diferencias sutiles que nos hacen reconocer el estado de cada uno, pero respecto a la conciencia, ambos se encuentran en la misma situación. Aquí es donde observamos que la manifestación de la vida es distinta. Dormir cada noche es morir cada noche. De esto nadie se asusta, sin embargo, se pierde la relación con el entorno, con el mundo físico, y encima, lo encontramos muy agradable. En ese estado no somos conscientes de nuestro cuerpo, no nos damos cuenta de los latidos del corazón, de las funciones de los riñones o el hígado, o si nuestros pulmones está respirando o no. Allí no hay dolor, todo es plácido y reconfortante, y lo mejor que haya sido ese morir, lo más descansado y activos que estaremos a la mañana siguiente. La muerte es lo mismo: una pérdida de la relación con el mundo físico con una duración algo más prolongada que lo que dura un sueño. Pero, como en el sueño, allí tampoco apreciamos el tiempo tal y como éste se aprecia en la vigilia.
La diferencia entre uno que duerme y uno que está muerto la establece el místico cordón de plata. Esto es un cuerpo sutil que mantiene en contacto el alma en la persona con su cuerpo físico. Los orientales llaman al cordón de plata “sutrama”, mientras que en la Biblia aparece referido como el “recipiente dorado”. Es una energía electromagnética que hace que la Fuerza Vital de Vida, o energía positiva del alma, busque unirse a la energía del cuerpo que es predominantemente negativa. Esta unión de energías es conservada intacta durante el sueño, mientras que en el momento de la transición pierde la cohesión separándose el “cordón de plata” del cuerpo, quedándose junto a la energía del alma y, estableciéndose, a partir de la transición, una relación con otro nivel de conciencia, excepto con el plano objetivo y subjetivo. Este cambio energético es lo que nos hace distinguir quién está muerto y quién dormido.
Visto lo anterior podríamos aventurar una definición del término transición: Es el medio de liberar el alma fuera de la forma y llevar la vida y la conciencia hacia el plano cósmico.
En el momento de la transición no hay sufrimiento, como tampoco lo hay en ese momento en que pasamos del estado de vigilia al estado de sueño, sino que vamos entrando en un dulce y agradable sopor hasta pasar una sutil barrera en la cual ya nos quedamos dormidos. El miedo a morir es una consecuencia de nuestro ego, el cual no quiere perder la relación con el mundo objetivo. Este miedo puede estar motivado por razones nobles, porque no nos gustaría que pasara sin ver a nuestros hijos ya criados, o bien porque ello supone una pérdida de contacto con nuestros seres queridos. Estas posturas, nada objetables, no dejan de ser de algún modo, motivadas por nuestra apreciación temporal de la existencia y la proyección de nuestros miedos o nuestros deseos.
Algunas religiones por su parte, al vendernos las ideas sobre cielo e infierno, también han contribuido a crearnos temores respecto a la transición, eliminando de su plan educativo la idea de reencarnación.
El enfoque místico de la transición, su estudio, ejercicios y meditación, hace que abandonemos el miedo a la muerte y esperemos con serenidad el paso por el umbral. Y mientras tanto, también podemos ayudar a aquellos en el momento del tránsito en su viaje hacia la más alta iniciación. Como transición, lo que llamamos muerte es un nacimiento en la fase del mundo no ostensible. De la misma manera, nacer es el morir en el mundo de las causas desde la misma lógica consecuente, aunque en realidad el ser nunca nace ni muere. En ambos casos, nacimiento y muerte, la vida está manifestando el cambio, por lo tanto, ambas cosas, nacimiento y muerte, son solo ilusiones que nos crean el impulso de la vida, su eterna moción, su cambio perenne. Deberíamos, por tanto, estudiar y experimentar hasta llegar a vivenciar el nacimiento y la muerte con total serenidad.
Para velar a un moribundo lo mejor es no lamentar, sino guardar silencio e imaginarlo rodeado de una gran aura blanca y sonriendo plácidamente al tiempo que se eleva hacia nuevas realidades. Esto hace que los momentos anteriores al paso por el umbral y los inmediatamente posteriores, la conciencia del moribundo se enfoque hacia la experiencia de la Paz Profunda.
Adrián Pérez de Vera
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir” (Manrique). Pero nuestra vida es el alma que va a dar a su casa de la cual salió solo para nuestra consciencia, pues ella siempre está con Dios. Ella no nace ni muere porque el Ser nunca ha tenido principio, por lo tanto, no tiene fin. Que la meditación te traiga luz para comprender que la muerte real no existe.