VII. ¡CUÁNTOS DESIERTOS INTERIORES!
¡Cuántos desiertos interiores!
Heme aquí joven, fuerte aún,
y con mi heredad ya sin flores.
Némesis sopló en mis alcores
con bocanadas de simún.
De un gran querer, noble y fecundo,
sólo una trenza me quedó...
¡y un hueco más grande que el mundo!
Obra fue todo de un segundo.
¿Volveré a amar? ¡Pienso que no!
Sólo una vez se ama en la vida
a una mujer como yo amé;
y si la lloramos perdida
queda el alma tan malherida
que dice a todo: "¡Para qué!"
Su muerte fue mi premoriencia,
pues que su vida era razón
de ser de toda mi existencia.
Pensarla es ya mi sola ciencia...
¡Resignación! ¡Resignación!
AMADO NERVO