Aquí estoy solo, en medio de este crudo invierno, junto al río, debajo de este cielo inmenso. Mientras admiro el paisaje costanero, viene a visitarme mi niño interno.
Aquí todo es soledad, todo es silencio. Solo estoy conmigo mismo y solo siento: zumbadores de hojas movidas por el viento y un frío atroz que me recorre el cuerpo.
Toda esta agua no alcanza a llenar el hueco de este vacío que me taladra los huesos. Arrojo al horizonte mis hondos pensamientos que se apoderan de mi alma en desconsuelo.
A estos pájaros, si existo o no, les importa un bledo. Tampoco al pato que vuela sobre el río, color negro. ¿Para qué volar como él, si terminaré en el suelo? ¿Para qué tanta agua aquí, si de sed muero?
Allá atrás, en la ruidosa metrópoli, bien lejos, miles de hombres y mujeres perdiendo el tiempo, despegando en aviones hacia un destino incierto, esperando su turno en la fila de los muertos.
Sé que soy igual, pues yo también lo espero. ¿Para qué tanto espacio si en este mundo no quepo? ¿Porqué creí en el amor si éste no era eterno? ¿Los rechazos son cenizas, lo que quedó del incendio?
¿Serán el amor y el odio, partes del mismo juego? ¿Será la dicha enfermedad, y la soledad su remedio? Entonces, allá, miles de engañados viven enfermos. Viven buscando la felicidad en lo externo...
...Creyendo que vivir es satisfacer deseos, cubriendo agujeros de felicidad con obsequios, comprando lo último que aparece, lo más nuevo, gastando dinero en banalidades para tapar el desprecio.
Y creo, creo que la soledad, no se cura con dinero. Y siento... de todo lo que siento, hoy escribí esto.